Hubo una ocasión en la que alguien me dijo con mucha vehemencia que si uno no hacía enemigos en la vida, es que no había hecho nada con su vida. Creo que ni siquiera era suya la frase.
En ese momento tomé su consejo olvidándome de algo muy importante, olvidándome de lo que yo quería hacer. Creo que cuando se trata de hablar de las creaciones de otra persona, siempre podemos elegir cómo queremos hacerlo. Es obvio que no nos gustará todo, pero creo que antes de hacer malos comentarios respecto a un determinado artista, prefiero hablar de aquellos cuyo arte sí me apasiona, me toca íntimamente y hace que de algún modo me vea reflejada en sus obras y que pueda aprender algo de ellas. Es otro modo de entender la vida, no es mejor, ni es peor.
Personalmente siempre he pensado que el arte nos transforma, indistintamente de si nos referimos a una pieza musical, literatura, una obra pictórica, una escultura, arquitectura, grabado, orfebrería, ilustración, cómic, cine, fotografía, aguafuerte, técnica mixta, collage, o cualquier cosa que implique cierto grado de introspección y un fuerte proceso creativo. Y es precisamente en honor a la palabra transformación y a todo lo que implica por lo que he seleccionado a tres artistas sobre las que creo que merece la pena escribir.
La primera es Tatiana Blanqué, que me ha encantado por su compromiso a la hora de dibujar la naturaleza. No puedo decir que sea una paisajista exactamente, aunque muchos considerarían así su obra. Sus piezas expresan la necesidad de conectar con una naturaleza que estamos destruyendo y aún siendo algo literal y una reclamación social, debo decir que la naturaleza que Tatiana pinta, es para mí una naturaleza interna, un estado interno del ser humano que solemos añorar y que a veces ni siquiera sabemos qué es.
Las personas nos hemos acostumbrado a través de muchos siglos a vivir en sociedad, utilizar los recursos disponibles y pensar poco o nada en como impactamos a nuestro entorno; somos animales deshumanizados o tal vez humanos desanimalizados. Nos hemos desconectado totalmente del entorno natural e incluso de nosotros mismos, hablamos de forma elocuente y a veces grandilocuente, tenemos proyectos, somos productivos, hacemos dinero, nos compramos cosas, vivimos o creemos vivir, enfermamos y morimos muy desconectados de nuestra propia naturaleza.
Creo que algún amigo mío que es veterinario estaría bastante de acuerdo conmigo en esto que he afirmado, aunque no estoy demasiado segura de que sea algo que pueda explicar mejor. Lo que realmente más me conmueve de las obras de Tatiana es que cuando crea, lo que hace parece estar vivo.
La siguiente artista que me ha cautivado es Francesca Poza, por lo sencillos que parecen los conceptos a partir de los cuales crea las obras y la complejidad que luego le da a esos mismos conceptos. Sencillez que expresa también en el tipo de materiales que utiliza para luego transformarlos en algo más allá, para aquello para lo que habían sido creados inicialmente. Cito directamente desde su blog: «Tendeix a l’abstracció en la seva obra. Tot i que no abandona completament els elements figuratius, crea textures i profunditats. La seva intenció és reproduir, retratar el que és orgànic. Crear noves formes des de les quals el mon natural es desintegra cap una profunda i íntima representació de la seva estructura.»
No sé si tiende a la abstracción o a la metáfora, pero desde luego es una artista que gusta de crear texturas y desafiarnos a que las acariciemos con los ojos, como si desde nuestras pupilas pudiese haber una extensión con las yemas de nuestros dedos. Texturas que despiertan sensaciones distintas, algunas son irregulares, otras son crispantes, otras son incómodas, algunas están enredadas y otras directamente no quieren desenredarse jamás. La propia vida no se aleja mucho de estas sensaciones.
En último lugar, pero no menos importante quiero hablar de Carmen Michavila. Hay una frase escrita por la propia artista que me ha impactado muchísimo «La muerte es el principio de la invisibilidad física. Invisible y temida.»
Las obras de Carmen son muy delicadas, íntimas, me inspiran un ambiente acuático, aunque no sea agua exactamente lo que pinta. Repite formas que une a través de una delgada línea y nos hace reflexionar acerca de todo aquello que está unido aunque no lo veamos, todo lo que tiene conexión de algún modo y todo lo que aparentemente no está pero sigue con nosotros. Sin embargo son piezas que también me hacen caer en un sentimiento contradictorio porque por otro lado, también me lleva a reflexionar acerca de la imposibilidad de llegar a aquello que no vemos. Es estar íntimamente unidos y eternamente separados, permanecer siempre juntos y jamás poder llegar al otro.
Algunas de las obras de estas tres mujeres han estado expuestas en la galería Alba Cabrera de Valencia, para quien desee más información sobre ellas. Lo que he escrito aquí es una mera opinión personal, no pretende ser la verdad absoluta, pero desde luego deseaba escribirlo.
Es posible que después de toda esta reflexión, que tiene aspectos más filosóficos que históricos, científicos o económicos, haya personas muy prácticas a las que se les pase pensamientos del tipo: «ya claro, pero si invierto en eso, ¿el día de mañana valdrá algo?» Lamentablemente no tengo la respuesta a esta pregunta ya que para mí el arte es pasión, amor, alegría, felicidad, lucha, tristeza, dolor, desolación…, jamás me deja indiferente.
Y sé, que jamás me cansaría de mirar aquello que nunca me deja indiferente.